Opinión

Sin esperanzas

La indignación dura lo mismo que un trino: 280 caracteres y un par de likes. Luego seguimos con nuestra programación habitual: novelas y realitys, partidos de fútbol y trabajar, porque nosotros, los de a pie, no sabemos hacer más.

La muerte en Colombia no es una sorpresa sino una tradición, como el café por la mañana, los vallenatos a todo volumen del vecino, los domingos. Lo que ocurrió con Miguel Uribe Turbay no es un hecho aislado, ni un “intento desesperado por sabotear la democracia”, como repiten los comunicados oficiales y los pronunciamientos de los diversos partidos políticos. Es simplemente una confirmación más —otra más, otra más— de que Colombia es un país que avanza solo para caer de nuevo en el mismo agujero. Mientras los medios hacen coberturas especiales explicando el atentado con mapas, cronogramas, expertos en seguridad (de los que no prevén nada pero explican todo), el país, como desde hace siempre, se sigue debatiendo entre balas, miedo, discursos vacíos, promesas olvidadas, incompetencias gubernamental (tanto en el gobierno central como en las regiones) y luego olvido. 

Veinte minutos después del atentado, ya había memes, teorías de conspiración y un par de candidatos exigiendo más escoltas. La indignación dura lo mismo que un trino: 280 caracteres y un par de likes. Luego seguimos con nuestra programación habitual: novelas y realitys, partidos de fútbol y trabajar porque nosotros, los de a pie, no sabemos hacer más.

El atentado resquebrajó esa frágil ilusión de estabilidad que algunos sectores querían vender. Porque si un precandidato presidencial, con toda su visibilidad, protección y aparato de seguridad, es blanco fácil de las “manos oscuras” que manipulan a un niño de 14 años para disparar ¿qué queda para el ciudadano común, para el líder social que denuncia una minería ilegal, para el campesino que exige respeto por su tierra? Las manos oscuras somos todos. 

Es la misma violencia de siempre, con nuevos rostros, nuevas armas y los mismos discursos desgastados. El Estado, como de costumbre, promete investigaciones “hasta las últimas consecuencias”; los partidos políticos se apresuran a utilizar el hecho como carnada electoral y los opinadores profesionales escribirán columnas como esta que a nadie interesa, para luego salir a comprar el pan.

Nada va a cambiar. Seamos honestos. Hemos normalizado lo inaceptable. Nos escandalizamos por unas horas y luego seguimos adelante, como si nada, hasta que llegue un discurso más, un atentado más, un hecho de corrupción más, porque aquí pareciera que lo importante es dejar arreglado el futuro económico de los hijos sin importar cómo. Los que quieren gobernar, no quieren gobernar, quieren ser gobernantes, que es diferente: pensión vitalicia a punta de marrullas. Pero nada nos sorprende. 

Somos una sociedad decadente, inviable. Así que dejemos de rasgarnos las vestiduras porque aquí, la única certeza silenciosa es que todo seguirá igual.

Me doy un like a mí mismo, ahora que vivimos de los likes, y sigo a la siguiente pesadilla.

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