Opinión

Las que sostienen la vida

En la Colombia profunda, donde a veces no llega el Estado pero sí la guerra y la pobreza, son las mujeres las que recogen los pedazos, siembran futuro y reconstruyen con amor.

En los rincones más lejanos del país, donde el barro se mezcla con la sangre, y la esperanza con la terquedad de seguir vivos, hay mujeres que no aparecen en las portadas ni en los informes, pero que sostienen a Colombia con las manos callosas, la espalda erguida y el corazón lleno de coraje. Son las mujeres comunitarias, las invisibles, las imprescindibles.

Ellas son madres, esposas, emprendedoras, curanderas, líderes, cocineras, recolectoras de café, guardianas del río, maestras de la palabra y del silencio. Cuando llega la guerra, ellas entierran a los muertos. Cuando hay fiesta, ellas hacen la comida. Cuando hay que huir, cargan a los hijos en la espalda. Cuando todo se rompe, ellas cosen los días con paciencia.

La mujer de la Colombia profunda no espera que le regalen nada: hace pan con lo poco que tiene, convierte el patio en un negocio, cría gallinas y sueños, y aún se da tiempo para sembrar flores en la tierra dura. Son el alma de las juntas de acción comunal, de los comités de salud, de los mercados campesinos. Son las que marchan por la paz, aunque muchas veces tengan que regresar solas.

No son víctimas pasivas, son constructoras activas de vida. Han sido desplazadas, pero no desarraigadas. Han sido silenciadas, pero no calladas. Y aunque cargan siglos de exclusión y desigualdad, siguen avanzando, con los pies firmes sobre la tierra y la mirada puesta en el porvenir.

En cada vereda hay una mujer que lo hace todo: organiza la escuela, cuida al vecino enfermo, acompaña a otras en el duelo, y aún encuentra tiempo para enseñar a las niñas a no tener miedo. Son ellas las que, en medio de la adversidad, siembran comunidad y cosechan dignidad.

El país les debe más de lo que reconoce. Y sin embargo, ellas no se detienen a reclamarlo: siguen andando, resistiendo, creando redes de cuidado, de economía solidaria, de cultura viva. En sus manos, la paz no es un acuerdo firmado en mármol, sino una práctica diaria de amor, firmeza y ternura.

Que Colombia mire más hacia ellas. Que las escuche. Que las proteja. Porque en sus voces no solo hay dolor, también hay sabiduría. Y en su ejemplo, hay futuro. Allí, en la Colombia profunda, donde muchas veces todo parece perdido, las mujeres siguen pariendo esperanza.

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